13.6.12

el náufrago

de alguna manera él sabía que tenía que zarpar. dejar atrás una vida corta en tiempo, larga en vivencia, una tierra en que había saboreado triunfos mayores de los que esperaba, donde había conocido el placer, el dolor, la gloria, la derrota, escalando las montañas más altas y descendido a los abismos más recónditos. esa vida que dejó atrás, le había ofrecido todo, salvo aquello que le faltaba. la certeza de encontrarlo le hizo emprender ese viaje en el que invirtió todo lo que tenía, llevando consigo todo lo que le quedaba, con la certeza de que ya había agotado aquella tierra donde nunca llovía suficiente, cuando acaso lloviznaba.

era el momento, el lugar. era perfecto. absorto de belleza subió abordo e izó las velas, confiando en que los vientos le llevarían al destino deseado.

¿cómo iba a saber náufrago que las corrientes no le iban a ser favorables y que su voluntad no era nada tan lejos de tierra firme? lo perdió todo, incluso su nombre. llegó a un árido islote donde apenas llovía, a costa de luchar contra la extenuación, contra las frías aguas que helaban su cuerpo y atenazaban su voluntad, presa de la línea azul oscura que nunca acaba, del invierno de la negra noche en el océano profundo. era una cala insípida, un retrato borroso de un desmayo que pudo ser, que le hizo morir mil veces cada segundo; un lugar donde el descanso no existe, donde el tiempo se diluye... y en el que el tiempo lo era todo.

ahora náufrago, lejos de la árida tierra, nace y muere con el sol, busca comida y refugio en las pequeñas rutinas, en la respiración y la cadencia del pulso, en la piel curtida y en la guerra abierta contra las horas, contra la diminuta isla, contra su propia suerte y a pesar del océano y el azul y negro, blanco y más negro, luto de un destino que ahora está más lejano que nunca, como la esperanza, un lujo impertinente en el archipiélago del desastre.

cuando se es náufrago, se sopesa la pérdida, en tierra y en mar. cada pérdida se colecciona como un pequeño tesoro y cada error se convierte en un amigo imaginario, una cuenta de un rosario de pequeñas agujas que se repite cada día, se clava en la piel y te acompaña cada segundo. la desposesión, dicen, libera. el naufragio, no obstante, resulta de hecho una prisión forzosa en régimen de aislamiento, donde uno es guarda, vigía, prisionero y alcaide. los cangrejos, no se prestan al juego: tienen ya bastante con la carga que llevan a cuestas.

es normal. otros zarparon con más suerte, se hicieron a la mar y les fue amable, dentro de lo que poseidón provee, con sus marejadas y sus corrientes circulares capaces de agotar las despensas, haciendo el viaje más largo. nunca es fácil, pero normalmente se llega, con más pena o más gloria, más o menos enteros. a fin de cuentas, si el viaje es un crecimiento, el destino es el punto de partida del siguiente periplo, una nueva aventura con su lucha, su aprendizaje y otra ración más de esas amargas aunque sanas curas de humildad de las que te proveen en este oficio de persona. algunas de estas, de todos modos, también deciden arriar sus velas de nuevo a sabiendas de otras latitudes, en sus variables infinitas, tanto de continentes, como de navegantes, náufragos y buena gente de tierra o litoral.

claro está, que uno nunca decide naufragar si cree firmemente en su destino. hay quien abandona el barco, pero normalmente es el barco el que le abandona a uno, cede ante la espuma y la sal o se desvanece bajo tus pies cuando menos te lo esperas. entonces, una noche cualquiera, la primavera te abandona y el invierno se instala en el agua fría primero y en la más seca  y yerma de las rocas después. el náufrago se aferra a la roca volcánica, al peñasco flotante más despojado, solo para evitar entrar en las aguas a cuerpo descubierto, porque, como buen náufrago, vive más desnudo y desposeído que cualquier humano normal. ni nombre, ni ropa, ni piel, ni pelo, ni uñas; ni aliento, ni cordura. solo una ausencia que es la suma de todas las ausencias, el lamento y una espalda quebrada que duele más que sujetar.

en esta isla ni siquiera hay cocos. los cocos, por lo menos, son simpáticos. los cangrejos no, pero no se les puede culpar, porque cargan con mucho.

el náufrago come, bebe, respira y bombea sangre de muy pobre calidad a sus cansados órganos para que consigan comida, aireen sus pulmones y bombeen sangre a si mismos. es un ciclo poco simpático, no es como los cocos.

claro, que los cocos no bailan ni cantan. lo que si saben es navegar, o, al menos, salir a flote. pero flotar no es todo y el azul y el negro devoran todo. incluso el nombre.

al náufrago solo le queda morir cada segundo y arrastrar su peso hacia sus funciones cardiorrespiratorias. escuchar al sol, por si algún día le canta alguna canción bonita... o fea, pero que cante.

porque en este islote nunca llueve.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

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