16.9.11

una sociedad aplastada por un ladrillo

érase una vez un estado que controlaba un determinado territorio, que a su vez albergaba una serie de culturas y comunidades, todas bajo un documento constitutivo que estaba destinado a moldear las leyes dedicadas la gestión del conjunto.

para controlar este territorio, el estado reclama su propiedad, cediéndola a sus habitantes a cambio de tributos y nacionalidad, como cualquier otro estado. terrenos, hectáreas clasificadas como industriales, agrarias, urbanas y otras calificaciones que no alcanza la memoria de vuestro humilde narrador. ya los primeros dueños de los títulos originales hicieron uso del principio comercial que explica que si compras algo y alguien acepta que se lo vendas más caro, siempre te llevas un márgen, un beneficio. avanzaba la historia y se empezaba a dividir, parcelar y revalorizar, no de la nada, porque nunca se saca valor de la nada, sino de la voluntad de quienes compran algo sin referencias anteriores. este sería el primero de muchos márgenes.

cambiando la aproximación al panorama, cualquier habitante de aquél territorio, ve cómo ha de hacer frente a pagos, generalmente mensuales, para habitar su vivienda. moradas más o menos humildes, lujosas, grandes, medianas, pequeñas, hacinadas o extensivas. mientras la carta constitutiva de ese estado abogaba por el derecho de sus habitantes a una vivienda digna, la realidad práctica les obliga a pagar por ella esta o aquella cantidad, mayor o menor, dependiendo del caso. con los medios que aporta eso de habitar el prodigioso siglo XXI, se puede acceder a informaciones históricas que hablan de gente que entraba en terrenos que no eran de nadie, construían sus hogares con sus propias manos y allí quedaban para vivir sus vidas, mejor o peor. sin embargo, aquellas andanzas vitales quedan lejos para las personas de estos tiempos que se enfrentan a una realidad distinta. con retroceder apenas medio siglo, podemos constatar la parte de un sueldo que costaba tener un domicilio. comparada con la situación actual, la vivienda era un regalo, un bien social. o más bien eso es lo que conviene que pensemos, y no su ángulo inverso, es decir, que lo antiguo era una transacción y lo de ahora un atraco a mano armada, o más bien el arma con que se secuestra el tejido vital de una sociedad entera.

no hay trabajo para todo el mundo, ya pagamos a muchos pisos para que sus comerciantes puedan vivir sin trabajar. algunas viviendas simples pueden costar en propiedad el sueldo de 50 años o absorber hasta el 200% del salario mínimo interprofesional. claro, que siempre puedes apretarte con más gente en pequeños habitáculos capitalinos, que al fin y al cabo es el estilo de vida que nos espera si queremos presumir de los ricos y famosos que nos rodean y a quienes admiramos en las publicidades con que nos desbordan. un mundo de fantasía mucho más deseable que el mundo real con el que los habitantes de aquella parcela administrativa deben trabajar día a día. un sistema de control casi perfecto.

si para pagar el montón de ladrillos bajo el que se cobijan tienen que comer peor, comprar menos, tener menos tiempo y trabajar el doble, que así sea. todo sea por nuestra amada oligarquía. siempre puedes endeudarte más, que en el banco te lo agradecerán.

las capitales de aquél estado dejaban gradualmente de ser núcleos para vivir, sino lugares para invertir. aunque el clima era bueno, a los gobernantes de aquellos lugares no les gustaba que la gente hiciese tanta vida en la calle... gratis! ya esta bien que no puedan pagar mucho por gastarse todo en el bienamado ladrillo, pero la lección de los grandes próceres es clara: hay que consumir, consumir hasta morir.

de esta manera, cuando cada vez se podía construir menos, los grandes del negocio no podían quedarse sin su plus. era necesario transformar las calles de esos núcleos en lugares menos apacibles, más de tránsito y no de reunión. tanta obra pública podrá calmar a los accionistas mientras el ladrillo vuelve a ponerse en forma y toda esa gente pobre pueda gastarse más dinero en tanta construcción. el alcalde está con nosotros. el ministro está con nosotros. su majestad está con nosotros. somos del grupo de los que mandan.

oh! mandar! mandar y el ladrillo! mandar a ladrillazo limpio. ni una costa, ni un monte, ni una ciudad escapa al control del mineral organizado, de la excusa para sangrar a una economía entera, para que los señoritos vivan y proliferen.

en los tiempos en que el ladrillo iba bien, cualquiera con la ventaja de acceder a un para de inmuebles (o cientos) accedió a la vida fácil. ahora que el ladrillo se hunde, por aquello de la ley de la gravedad al estilo económico, la música se para y quien no tenga silla se queda sin sitio. ya no hay trabajo para nadie, ya no hay sitio para nadie. los inversores se han ido y el ladrillo repite su estribillo: el alcalde está con nosotros. el miistro está con nosotros...

No hay comentarios: